Sonando: Heroes (David Bowie)
– ¿Quién eres tú? – Preguntó dubitativo y extrañado.
– Soy una especie de zancadilla. Tu tropezón, tu piedra en el camino -.
– Pero no siento haberme caído. Es más: a veces creo que floto, que vuelo -.
– Quizá vueles porque yo te empujara desde aquel balcón. ¿Lo recuerdas? -.
– Lo recuerdo, así es. ¿Llevo volando desde entonces? -. Abrió mucho los ojos.
– Tú ya volabas antes. ¿Y sabes qué? Que tú me enseñaste a volar -.
– Pero… – Su expresión era cada vez más incierta. – Pensé que me habías empujado, y…
– No tuve más remedio. Llevaba tiempo admirándote volar, no iba a permitir que dejaras de hacerlo. –
– ¿Desde cuándo llevas aquí? -.
– He perdido la noción del tiempo. Un día se hizo de noche y en la noche nos caímos. Y todavía seguimos cayendo. –
– ¿Tú caes conmigo? -.
– Yo vuelo contigo -.
– Es curioso, porque «caer» y «volar» son términos espacialmente opuestos -.
– Solo si piensas que cayendo no se vuela -. Le miró fijamente. – Tienes las mejores alas que he visto nunca -. Se sonrojó.
– Me gusta lo que dices -.
– Te lo repetiré cada día -.
– Espero que no se me olvide. Ya sabes, las palabras se las lleva el viento… –
– Te lo escribiré. Y seré tu escritora favorita -. Sonrió ampliamente, como se sonríe cuando uno escucha lo que ansiaba tanto escuchar. Bajó la mirada un segundo y de nuevo la fijó en la de ella.
– Y yo, ¿quién soy? -.
Se hizo un momento de silencio.
– Tú eres mi luz, mi sol, mi todo -. Le empujó suavemente, batió sus alas y le siguió por el cielo inmenso.
Pronto más regaliz para dos, amigos.