Gorda

Sonando: Shape of you (Ed Sheeran)

Me siento en la silla para escribir estas líneas y antes de empezar siquiera con el título la lorcilla de mi cintura asoma por encima del pantalón, como recordándomelo, por si acaso se me había olvidado. Si ya lo traía en la mente, joder. Pero, vaya, que gracias. Tecleo: “GORDA”.

Mi memoria prodigiosa recuerda el día y el momento exacto en que empecé a tener conciencia de mi cuerpo, no delgado por naturaleza, asociándolo a algo que desconocía pero que a la vez asimilaba con desidia y desazón. Tenía doce años. A mí nadie me había explicado la profundidad de la belleza humana y el único canon que conocía era el que cantábamos en clase de Música, así que supongo que había creado mi propio concepto de belleza en base a lo que veía en la tele y a lo que los adultos me decían que era bello. Pero ese día algo hizo “clic” en mi cabeza y yo misma decidí que era gorda. Desde entonces no ha pasado un solo día en el que no me haya sentido así. Gorda.

También os digo que esta no es la historia de la pobre niña gorda que, probablemente, estabais a punto de intuir. Cero penas, cero aditivos de compasión y cero preocupaciones. Cero traumas, ¡mamá, papá, familia! Todo está bien, autoestima incluida. Mi gordura y yo nos queremos, afortunadamente, aunque no negaré que hemos atravesado fases de menos y más aceptación, según el año en el que nos pillarais. Y ahora es cuando torcéis el gesto mientras me acusáis de falsa modestia. Pues os lo podéis ahorrar. Claro que hay personas más gordas que yo. Por supuesto que no soy la mujer más gorda del mundo, mi salud no peligra ni estoy enferma. Pero lo que es, es. ¿Pensáis que en treinta y cuatro años esta observadora empedernida no ha tenido tiempo de hacer un escáner exhaustivo de su propio cuerpo… cada día? Por favor. Si yo os contara.

Toda una vida siendo gorda me ha llevado a profundizar en el concepto y a ensimismarme en él, cuestionándome la utopía de cuerpo perfecto y de mi cuerpo imperfecto. Y con tanto divagar y perderme por la estepa de la gordura me di cuenta de que GORDA no tiene la culpa. El problema no es la palabra ni el sentido peyorativo que supuestamente se le atribuye. GORDA no es algo malo, pero yo me creí lo contrario y cargué con el peso de esa losa compleja que pesaba como un complejo.

El veneno, lo hiriente, lo que duele y hace daño no es cosa de léxico sino de intención. Es cosa de alguien. Como siempre, el ser humano detrás de la decadencia de todo, incluida la suya propia. GORDA sabe mal porque alguien lo amarga. GORDA se hace nudo en la garganta porque alguien le pone espinas y cuesta tragarlo. GORDA produce el mismo desdén que emana de la persona que vomita y cree insultar profiriendo: “¡GORDA!”

Después de deambular por la gordura y por mi gordura, también me di cuenta de que otras personas llevan toda su vida siendo FLACAS. CABEZONAS. NARIGUDAS. OREJONAS. Y un largo etcétera. Y que, otra vez, vuelve a ser una cuestión de propósito y de alguien. Por lo demás, tan solo son palabras, sin efecto. O mejor dicho: con el efecto que tú le quieras dar, único ser capaz de hablar de ti con legítimo conocimiento de causa, y verdadero protagonista de la historia de amor más pura de tu vida, la tuya contigo mismo.

En fin. Por aquí hay un inglés pelirrojo cantando que le encanta la forma de mi cuerpo y mi cuerpo, y miro a mi lorcilla y nos sonreímos, cómplices. Nosotras sabemos de qué va eso.

Pronto más regaliz para dos, amigos.

La rentrée

Sonando: J’ai deux amours (Madeleine Peyroux)

Ya sabéis que las cosas, en esta casa, siempre se han hecho como a mí me ha dado la gana, guste más o guste menos.

Primero quise escribir un post que despidiera el año. Sí, la típica perorata haciendo balance de 2016, refiriéndonos a esos logros conseguidos, a lo mucho que hemos madurado, a cuánto hemos aprendido de nuestros errores… Acompañado seguidamente, cómo no, de nuestras aspiraciones, que no propósitos, para 2017. Ya aviso que buscaré todo el tiempo sinónimos de «propósito» para evitar mencionar esta palabra que odio con la fuerza de los mares y el ímpetu del viento.

El caso es que al final fue que no. Ni resumen, ni perorata, ni nada de nada. Una vez más, sobrepasada por todo lo demás. Tsunami de realidad, de rutina, de compromisos y, por qué no decirlo, apatía. Demasiados pocos alicientes a los que dedicar el maravilloso arte de la escritura.

Comenzó 2017 y pensé en redactar algo así como un post de bienvenida. Quizá haciendo referencia, de soslayo, al año anterior, pero en este caso centrándome en los 365 días que estaban por venir. Proyectos, cambios, renovaciones por dentro y por fuera…. En fin, nada que no se os haya pasado a vosotros/as por la cabeza cada vez que llega un año nuevo.

Pues también fue que no.

Así que, un siglo mediante, ayer empezamos marzo. El mes que me verá cumplir 32 y dará el pistoletazo de salida a la primavera. Se supone que es época de florecer, de resurgir, de revivir, de volver a nacer, ¿no?

Pues como no he venido yo a este mundo para marchitarme, y además pienso mantenerme hambrienta mucho tiempo… Me he plantado, amigos.

Estamos de obras, oficialmente. He comenzado a reorganizarme la existencia y no sabéis de qué manera. No lo sabéis, entre otros motivos, porque lo estoy haciendo en voz baja. Sin hacer ruido, poco a poco, pasito a pasito. ¿Recordáis eso de «cambiar cosas para cambiar las cosas»? Pues ahí ando, aplicándome el cuento de una vez por todas.

Porque resulta que soy la persona más importante de mi vida.

Y tengo que quererme, y además demostrármelo. Así que, sencillamente, estoy construyendo mi mundo feliz. He dibujado un boceto e iré colocando ladrillos de aquello que me llene, que satisfaga mis inquietudes, que contribuya a mi desarrollo personal y que mejore mi calidad como ser humano. Quiero tener una base sólida, ya que sin ella no hay construcción que se sostenga. Por eso trato de observar más que nunca, pensar más que nunca y cuidar más que nunca el diálogo interior, ese que mantenemos con nosotros mismos y que apunta directamente a nuestra autoestima.

Quiero asegurarme de que tengo claro qué o quién entra en mi vida y qué o quién se queda en mi vida.

Y quiero que esta construcción de mí misma no tenga asignada fecha de conclusión, sino ser capaz de elevar niveles a buen ritmo y afianzando los anteriores. Quizá haya un día en el que tenga que colocar el pináculo de la torre y pueda divisar desde allí la inmensa grandiosidad de París.

Y es por eso que hoy, con el año ya en marcha y con los andamios puestos, me salto los convencionalismos y descorcho una botella que nos vamos a beber juntos. Este año os invito a que os atreváis en lugar de a que os propongáis. Que los propósitos son cosa de papel y boli pero en el atrevimiento hay coraje y alma.

Y si merece la pena como para tener coraje y dejarse el alma, entonces sí, merecerá la pena. Feliz 2017.

Pronto más regaliz para dos, amigos.