Da igual cuándo leas esto

Sonando: Wrapped up in books (Belle and Sebastian)

Es 23 de abril de 2020 cuando escribo estas líneas y no sé si lo hago por no poder resistirme a ello, siendo el día que es, o porque siendo el día que es hay un halo que invita a escribir e invita a leer.

Sea como fuere, aquí me hallo, pluma en mano… Bueno, ya le gustaría a mi alma romántica empedernida estar yo empuñando una pluma de las de antaño; en realidad debería decir que aquí me hallo, presionando las teclas cuadradas de mi cuadrado teclado, que tampoco es cuadrado sino rectangular… ¡Ay! Esta modernidad de este Mundo Moderno va a acabar conmigo antes de que yo misma lo trate de hacer, en un último alegato por el Romanticismo que murió con Baudelaire…

Un libro me hace libre. Y mientras libro mi batalla, leo libros, libres, que no liebres, o sí, quién sabe, que pocas cosas corren igual por mí, a muchos niveles, que un libro, libre, rápido como una liebre. Filigranas y florituras que no habrían sido liberadas de no ser por un buen puñado de libros, y, en efecto, por una mente también libre y una lengua castellana que, esa sí, libró una y mil batallas, una a una, cada día, y aún hoy, todavía, resistiendo con ahínco, de este nuestro feroz Mundo Moderno, sus presiones obstinadas.

Me pregunto si somos lo que leemos y sabemos lo que hemos leído. Quizá sea preciso un matiz: de nada sirve leer por querer saber, si por querer saber nos aferramos a leer y nos olvidamos de vivir. Supongo que todo es parte de un mismo proceso… Leer por saber, pero sin vivir, sería la ingesta de palabras vacías por dentro; vivir, sin saber lo que te enseña leer, sería escuchar, en bucle, una preciosa canción sin letra y sin tempo.

No escribo esto con pluma pero sí lo hago con tecla y, de hecho, qué más da con qué lo escriba mientras lo que escriba se lea. Y no sé, si no leo y si no vivo; y no vivo, si no sé porque no leo. Así que, he aquí un consejo, amigo mío: hazte un regalo hoy mismo, libera tu espíritu, tu mente y tu cuerpo. Lee un libro y correrá por ti como una liebre, y como una liebre serás libre. Da igual cuándo leas esto.

Pronto más regaliz para dos, amigos.

Adiós

Sonando: Frágiles (Pereza)

Hagamos de este texto una sala sin paredes, sin puertas, sin ventanas ni techo.

Aquí estamos tú y yo, y ellas, y ellos. Aquí están, sin vida, las personas que viven ahora, tan cerca, todavía más lejos.

Se fueron marchando sin ruido, lentamente y en silencio. Dijeron “adiós” muy bajito, en un suspiro, tan débil como el hilo que pendía de sus cuerpos.

Toda la vida esperando la muerte algún día, y resulta que la muerte, al final, era esto. Qué mente sagaz y retorcida podía prever tal entuerto. Ni la suya, ni la vuestra, ni la mía; pero aquí estamos, tú y yo, y ellas y ellos.

Diciendo adiós, en una sala vacía, a quienes ya no están porque marcharon, porque se fueron. Despacito y en silencio, ahogándonos en esta despedida, con la espinita clavada de que no pudimos acompañar el inicio de sus vuelos.

No estáis solos, os digo, al igual que les habríamos dicho a ellos. Y con estas palabras tiendo mi mano y te abrazo con bravía, y lloro tus lágrimas y te envío consuelo. Porque aquí, en esta sala, estamos tú y yo, y ellas y ellos. Quienes volaron, en realidad, volaron pero no se fueron. Y saldrá el sol algún día, emanando el calor que fue frío primero. Comprenderemos entonces aquella osadía… Despedirse lejos es despedirse ciegos, y mira tú qué curiosa alegría, lo mismo que mirar al sol que ilumina y calienta, que son ellas, que son ellos.

Pronto más regaliz para dos, amigos.

A la memoria de las personas que vuelan en época de coronavirus, en especial a la de Carlos Bronchalo, y a todas las personas que se quedan, que nos quedamos, faltas de despedida.

El baile

Sonando: Buen viaje (Anni B Sweet)

La música suena y comienza la magia, como por arte de ídem. No nos hemos parado a observar lo suficiente este efecto que produce la música sin ser necesariamente objeto consciente de terapia, pero ahí está, poseyendo cuerpos y almas desde tiempos inmemoriales.

Pues a veces sucede que la música suena al mismo son en dos cuerpos, y, como resultado, surge la magia en sus almas. Y esto ha sucedido también desde que el mundo es Mundo, y quien sea capaz de negarlo quizá sea incapaz de escuchar con claridad.

Lo que suena ahora ya no es solo música sino amor, y de nuevo, la magia, que recorre los cuerpos para instaurarse en las almas y permanecer allí… Habiendo amor mientras haya música, y baile mientras haya magia. Habrá amor, pues, hasta que termine el baile.

Qué dulce la danza de dos que se mueven al compás. Las primeras notas saben deliciosas en los paladares de los danzantes y esa dulzura alcanza y supera la barrera de los ojos de quienes miran, espectadores del espectáculo de sus vidas.

El baile es movimiento, y como tal, requerirá esfuerzo. Diré, además, que la dulzura del inicio adormece los sentidos y el cansancio, y los vuelve caramelo. La anestesia a la que estamos sometidos permite casi que flotemos. Después de todo logramos hacer magia, ¿no? Pues eso.

Continúa sonando la melodía y seguimos bailando, a veces más, a veces menos. Uno, de repente, escucha esto y escucha aquello. El otro, mientras, baila, aunque cueste la vida mantener con vida la mano que sujeta sin, ¿con? miedo, y el otro que oye la música de lejos, pero lo que os digo, escucha esto y escucha aquello. Las miradas se cruzan  por un instante y  recuerdan que un día hubo magia, sigamos bailando, sé que quieres hacerlo, venga, baila, hazlo, ¡bailemos!

Quizá alguien se pasara de vueltas haciendo piruetas, un desliz, un tropiezo, un mareo. Lo normal, por otra parte, pues recordemos que son humanos los danzantes. No obstante, reponerse de tal trance es sencillo si se afina el oído y resuena con ahínco el mismo son que hizo magia antes…

…y si resuena la nada será porque es tiempo de mirar adelante y, quién sabe, puede que sea momento de cambiar de pareja de baile. Pudo haber sido, pero no. En cualquier caso, te (nos) deseo buen viaje.

Pronto más regaliz para dos, amigos.

Gigante

Sonando: Lo que te hace grande (Vetusta Morla)

Tú no lo sabes, pero llevo tiempo observándote. Cuidadosa y meticulosamente. En silencio prolongado.

Me he fijado en cómo hablas, cómo ríes, cómo lloras, cómo callas. En las palabras que eliges usar, en lo que tienes que decir, en el tono que decides emplear. Te he observado observar, observarme incluso, aunque pensaras que no me iba a enterar.

Tu manera de andar, correr, huir y descansar. Cuando duermes, cuando sueñas y cuando dices que no puedes más. Lo he visto todo. Cuando duele y cuando sufres. Cuando caes. Te he visto gritar, gemir, gruñir, te he visto enfermar.

He mirado cuando no había alguien más, bueno, mejor dicho, cuando creías estar en soledad. También me asomé aquel día, pusiste música y te vi bailar. Qué bonita es tu sonrisa cuando ríes al compás.

Hoy vine aquí a decirte algo. Te he mirado vivir, como hago cada día, y debes saber que lo estás haciendo genial.

Que tu esfuerzo y tu trabajo merecen la pena, que cuentan, que suman, que es momento de aceptar. Que no eres grande sino gigante, que nada te falta y que como tú, no hay alguien más.

En tus ojos he leído historias, cuentos, poesía. Te he visto en busca de felicidad. Para un poco y mira, mira: en el aire que respiras, en tu gente, en la mía… En tu esencia está ella viva, mira adentro, junto al alma, al final la encontrarás.

Y después de todo esto, ¡ay, qué nervios, madre mía! Abre esa ventana, que yo te escuche gritar. Con errores e injusticias, con aciertos y demás… Eres lo más grande de tu vida, gigante, y mientras vivas yo seguiré observándote, con tesón y sin malicia… Por si acaso se te pudiera olvidar.

Pronto más regaliz para dos, amigos.

Final inesperado

Sonando: Breakthru (Queen)

Siempre que hago un viaje por carretera y atravieso un túnel de cierta longitud, me gusta imaginar que la entrada al mismo proviene de una realidad y que la salida nos escupe a otra totalmente diferente. Que el túnel es una especie de máquina espacio – tiempo que atravesamos inexorablemente por el propio devenir del camino iniciado.

Para mí, diciembre es la salida de ese túnel que comenzó en enero y lo que sucede a lo largo de su trayecto es el breakthru del que habla Queen en la canción que escuchas ahora. La transformación, la revelación o, quién sabe, una revolución. Todo un año para avanzar de un lugar a otro, aunque sigas viviendo en la misma ciudad, estés casada con el mismo tipo o no te muevas del sofá. 365 días dispuestos ante tus ojos y la sugerencia de avanzar. Pasar de crisálida a mariposa, aunque no se den cuenta: quizá no saben mirar. Que la procesión va por dentro, casi siempre, cuándo os vais a enterar…

Por otra parte, este túnel es implacable. Te guste o no, lo atravesarás. Mientras sigas vivo, quiero decir. Es el único requisito para poder entrar: tener una vida y asumir que nuestra condición humana exigirá cosas diferentes y cada vez más, que habrá túneles mientras haya camino, y que el camino se hace camino al andar.

Encaramos la ceremonial entrada al volante del vehículo que es nuestro cuerpo e impulsados por la actitud, que es la leña vertida al fuego, divisando un horizonte profundo y en forma de círculo negro. Miedos, temores, dudas. Pero entramos, no queda otra. Y sucede que los miedos se hacen enormes, los temores asustan y las dudas nos llenan. Sin embargo seguimos tenaces, avanzando, porque la vida empuja, porque no hay descanso, y porque resulta que por momentos  aprendemos, crecemos, y entonces ya no hay miedos, ni temores ni dudas.

Miren al frente y observen: el horizonte ha cambiado. Pasó de ser círculo negro a convertirse en círculo blanco. Agárrense fuerte, que es fuerte lo que viene. Cierren los ojos y esperen… Lo mejor de un final inesperado.

Pronto más regaliz para dos, amigos.

Gorda

Sonando: Shape of you (Ed Sheeran)

Me siento en la silla para escribir estas líneas y antes de empezar siquiera con el título la lorcilla de mi cintura asoma por encima del pantalón, como recordándomelo, por si acaso se me había olvidado. Si ya lo traía en la mente, joder. Pero, vaya, que gracias. Tecleo: “GORDA”.

Mi memoria prodigiosa recuerda el día y el momento exacto en que empecé a tener conciencia de mi cuerpo, no delgado por naturaleza, asociándolo a algo que desconocía pero que a la vez asimilaba con desidia y desazón. Tenía doce años. A mí nadie me había explicado la profundidad de la belleza humana y el único canon que conocía era el que cantábamos en clase de Música, así que supongo que había creado mi propio concepto de belleza en base a lo que veía en la tele y a lo que los adultos me decían que era bello. Pero ese día algo hizo “clic” en mi cabeza y yo misma decidí que era gorda. Desde entonces no ha pasado un solo día en el que no me haya sentido así. Gorda.

También os digo que esta no es la historia de la pobre niña gorda que, probablemente, estabais a punto de intuir. Cero penas, cero aditivos de compasión y cero preocupaciones. Cero traumas, ¡mamá, papá, familia! Todo está bien, autoestima incluida. Mi gordura y yo nos queremos, afortunadamente, aunque no negaré que hemos atravesado fases de menos y más aceptación, según el año en el que nos pillarais. Y ahora es cuando torcéis el gesto mientras me acusáis de falsa modestia. Pues os lo podéis ahorrar. Claro que hay personas más gordas que yo. Por supuesto que no soy la mujer más gorda del mundo, mi salud no peligra ni estoy enferma. Pero lo que es, es. ¿Pensáis que en treinta y cuatro años esta observadora empedernida no ha tenido tiempo de hacer un escáner exhaustivo de su propio cuerpo… cada día? Por favor. Si yo os contara.

Toda una vida siendo gorda me ha llevado a profundizar en el concepto y a ensimismarme en él, cuestionándome la utopía de cuerpo perfecto y de mi cuerpo imperfecto. Y con tanto divagar y perderme por la estepa de la gordura me di cuenta de que GORDA no tiene la culpa. El problema no es la palabra ni el sentido peyorativo que supuestamente se le atribuye. GORDA no es algo malo, pero yo me creí lo contrario y cargué con el peso de esa losa compleja que pesaba como un complejo.

El veneno, lo hiriente, lo que duele y hace daño no es cosa de léxico sino de intención. Es cosa de alguien. Como siempre, el ser humano detrás de la decadencia de todo, incluida la suya propia. GORDA sabe mal porque alguien lo amarga. GORDA se hace nudo en la garganta porque alguien le pone espinas y cuesta tragarlo. GORDA produce el mismo desdén que emana de la persona que vomita y cree insultar profiriendo: “¡GORDA!”

Después de deambular por la gordura y por mi gordura, también me di cuenta de que otras personas llevan toda su vida siendo FLACAS. CABEZONAS. NARIGUDAS. OREJONAS. Y un largo etcétera. Y que, otra vez, vuelve a ser una cuestión de propósito y de alguien. Por lo demás, tan solo son palabras, sin efecto. O mejor dicho: con el efecto que tú le quieras dar, único ser capaz de hablar de ti con legítimo conocimiento de causa, y verdadero protagonista de la historia de amor más pura de tu vida, la tuya contigo mismo.

En fin. Por aquí hay un inglés pelirrojo cantando que le encanta la forma de mi cuerpo y mi cuerpo, y miro a mi lorcilla y nos sonreímos, cómplices. Nosotras sabemos de qué va eso.

Pronto más regaliz para dos, amigos.

Madre mía, quiero hablar

Sonando: Pan de higo (Rosendo)

Madre mía, qué harta estoy. Ojo, que esto que sigue no será un compendio de quejas sino una oda a poder expresar de vez en cuando lo que a uno/a se le pasa por la cabeza y que, por convenios sociales, educación o supervivencia humana no expresamos, o al menos no lo hacemos en todo su esplendor.

De acuerdo con que hay que tener filtro, vaya por delante. Que yo aquí he venido a vomitar mis verdades, pero quizá no me apetece que me vomites tú las tuyas así, a bocajarro. Lo de los convenios sociales  y la educación va por ahí. Otro día si queréis hablamos de esa estrella del rock llamada libertad de expresión, pero hoy no. Hoy me pongo a barrer unas cuantas pelusas y me quedo sola. Os aviso.

Madre mía con las personas que ejercen cargos de responsabilidad bajo la batuta de la más extraordinaria ineptitud. Mirad: no cuela. O mejor dicho, no cuela con todo el mundo. Os funciona, quizá, con aquellos seres unicelulares que posiblemente comparten vuestra condición de incompetencia, pero, en lo que a mí respecta, sabed que la sonrisa que suelo regalaros es totalmente falsa. Que, por norma general, mis palabras de aprobación a vuestra frecuente basura mental responden a la estrategia “hay guerras que se ganan no luchándolas”, y que siento una profunda vergüenza ajena ante determinados comportamientos porque aireáis la bajeza a la que sois capaces de llegar a cambio de alguna forma de éxito, también cuestionable esto dado el nivel de vuestro criterio y de las vías a través de las cuales tratáis de alcanzarlo (el criterio y el éxito).

Madre mía los/as que ponéis etiquetas a todo y actuáis con el hermetismo propio que otorga llevar colgada una pegatina. ¡Que vais a morir de etiquetitis! ¡Que ya os lo avisé hace tiempo! Entre la ignorancia consentida, los prejuicios y lo poco que cuestionáis las cosas, sois carnaza perfecta para buitres mediáticos, personas ineptas con algún grado de responsabilidad (anteriormente citadas), bulos, leyendas urbanas y un sinfín de patraña informativa que no hace sino aprovecharse de vuestra mediocridad y contribuir así a crear una sociedad más banal. ¡Abrid la mente! ¡Informaos bien! ¡Cuestionad las fuentes! ¡Leed! ¡Pero leed de todo y de todos! ¡No solo lo que coincida con lo que creéis que pensáis! Que el ego ya viene bien servidito de casa, qué necesidad habrá de cebarlo…

Madre mía con las personas que no se comunican, no se expresan, no dicen ni hablan ¡PORQUE NO QUIEREN! Sí, muy bien: hablar no es fácil, y hablar de según qué cosas con según qué personas se antoja complicado. Pero, amiga, amigo, he ahí una de las pruebas a las que debes enfrentarte con el corazón al aire y la cabeza bien alta. Avanzar en la vida también significa quitarse corazas, andar más ligero, preguntar, responder, pedir, informar. Significa buscar herramientas que nos ayuden a expresar lo que sentimos y que, además, se entienda. Basta ya de callarlo todo llevando por delante a las personas que nos rodean. Tu incapacidad de comunicación es injusta para ellas… Es injusta para ti.

¡Ay! Madre mía cada vez que escucho en público preguntas personales, hacia cualquier persona o hacia mí, que no le incumben a quien pregunta, ni a quien escucha, esto es, QUE SOLO LE ATAÑEN A UNO MISMO. A mí me da igual por qué no te casas. No me importa por qué tienes o no hijos, si quieres tenerlos o deseas no haberlos tenido. Me resbala si vives en pareja, o si la buscas, si te lías con dos, con tres o con cinco. Las preguntas íntimas lanzadas así, como dardos en un bar de copas con amigos, están cargadas de veneno y de juicios. Y a ver quién eres tú para juzgar la vida de nadie y estampar tus carencias, complejos y programas mentales sobre ningún individuo. A ver, ¡¿quién te has creído?!

Y madre mía conmigo, ¿eh? Tan buenecita que parezco, y ojito. Ni rifles, ni bombas ni pistolas: a mí dadme una hoja en blanco, que iniciamos la contienda ahora mismo.

Pronto más regaliz para dos, amigos.

Avestruces

Sonando: You don’t know my name (Alicia Keys)

No sé si recordáis el famoso “Beso, verdad, atrevimiento”, juego adolescente sustentado en la suelta de secretos (in)confesables, amores ocultos, desafíos absurdos para deleite de los presentes y mofa del elegido y, quizá, primeros besos, besos aparatosos por la falta de experiencia de la edad y por la casi habitual presencia de ortodoncias. Amalgama de cotilleo, morbo, inocencia y las incipientes ganas de pavonearse. Carnaza púber.

El otro día alguien preguntaba en Twitter:

¿Vosotros qué hacéis cuando os mola alguien?

La cuestión me pareció fascinante per se: fácil, directa, concisa, suspicaz y muy teenager. Y, claro está, tuve curiosidad por conocer lo que la gente llevaba a cabo cuando le mola alguien. Que no se diga que no vive en mí el innato deseo de la carnaza, aunque hayamos pasado la adolescencia hace tiempo… Y las ortodoncias también.

Leí los comentarios vertidos al respecto. No voy a mentir: esperaba encontrar todo tipo de métodos y sistemas infalibles de contoneo físico y mental que, si no derivaron en una suerte de “fueron felices y comieron perdices”, al menos quedaron en un “me atreví y mereció la pena”. Quería  maravillarme con la destreza de quienes habían triunfado alguna vez en esto, el inquietante mundo de la seducción, o al menos de quienes lo habían intentado. Y, sí, ahí estaba yo con papel y lápiz, por si acaso, que nunca se sabe.

Pero no… No necesité tomar notas.

Huir, “cagarla”, morirse de vergüenza, esconderlo, disimular, dejarlo estar, paralizarse, resultar ridículo, procurar que no se dé cuenta, deprimirse, autosabotearse… Para mi asombro y desencanto, la mayoría de respuestas giraban alrededor de esos términos. Algunas otras, tímidas, sugerían la voluntad de conocer más al pretendido o a la pretendida y, finalmente, muy pocas respuestas que abogaban por decirlo abiertamente y con determinación. “Pues vaya”, pensé para mí. Qué decepción. Y, al mismo tiempo, cuánta información.

Por lo visto aquí, lo que pasa, es que sentimos vergüenza de sentir. Resulta que estamos vivos, más vivos que nunca, y preferimos pensar que eso no puede estar bien. Ni salir bien. Que todo quedará mejor detrás de una máscara. Que dejar aflorar sentimientos y que no surta el efecto esperado mancillará nuestra dignidad. Que seremos menos por sentir y decir que sentimos. No queremos ser personas, preferimos ser avestruces. Esconder la cabeza bajo tierra, muy adentro, tan profundo que apenas escuchemos latir el corazón.

Dicen que el amor nos empuja a hacer estupideces, pero lo cierto es que no encuentro mayor estupidez que rendirse al miedo. Hemos pasado de jugar a atrevernos a olvidar que una vez lo hicimos. Y esto sí que es atentar contra la dignidad, queridos. Hacer el ridículo es reprimir lo que uno siente por temor a que las cosas no salgan como esperamos. Es quedarse impertérrito ante la posibilidad de compartir lo que somos porque es más fuerte el complejo al posible fracaso. ¿Fracaso? El verdadero fracaso es no haberlo intentado.

Que a veces el atrevimiento no termina en beso, pero, señoras, señores: y qué más da. Si hay algo importante que decir, es eso que te pasa. Vergüenza el que roba, el que hiere, el que miente, el que humilla, el que engaña. Vergüenza subestimar lo que se siente y vergüenza el que con su boca el corazón calla.

Así que, cabeza bien alta, avestruces. Atrevámonos. Hablemos. Después de todo, lo peor que puede pasar es que tengamos que seguir mirando al frente y avanzar. Pero de eso se trata, ¿no?

Pronto más regaliz para dos, amigos.

Esa no soy yo

Sonando: Yo no soy esa (Mari Trini)

Me encanta observar. Soy una observadora nata, miro más que hablo, callo más que otra cosa. Pero mientras callo, observo.

Os observo.

Y aprendo, constantemente, de todos vosotros y todas vosotras. Almaceno y albergo cantidad de información en este mi disco duro, mi cabeza, lugar inhóspito que cada día me sorprende y apasiona más. Información consciente, he de decir. Sí: os observo, luego os pienso, luego os medito. Os mastico, os digiero. Formáis parte de mi dieta, de mi sustento. Genero energía con vuestra ayuda y me permito ser y actuar en consecuencia. Sí, podemos decir que practico una especie de voyeurismo de composición vital y social, pero, matizo, alejada de la dependencia parasitaria que, quizá, podáis estar imaginando. Funciono también con autonomía, queridos.

Pues de esta filia mía salen cosas como la que tienes entre manos. Mi forma de limpieza interior no es otra que vomitar una yuxtaposición de las ideas que me provocáis. Y le pongo título, música y letra. Y sabor a Regaliz.

Vamos más allá con una revelación: yo, que soy más bien callada pero de oído fino cual polilla, también os escucho observar. A otras cosas, a otros seres, a otras personas, a vuestra persona, a mí. El misterio aquí está representado por las diferentes vías catalizadoras que podáis adoptar como mecanismo de purificación de todo eso que ingerís, pero el resultado del proceso es siempre maravilloso. Porque habla de otros y otras, habla de mí, pero también habla de quien mira.

Así que, cuando en mi presencia me observáis y emitís veredictos, juicios y adaptaciones varias hacia lo que pensáis que mejor encaja conmigo, lo gozo extraordinariamente. Y cuando lo hacéis fuera de mi presencia, me pitan los oídos, debéis saber. He de decir que el esfuerzo que le ponéis suele surtir efecto, pero muchas otras veces erráis. Equivocarse no es algo malo, no obstante. Yo también lo hago y esto es, a su vez, otra forma de probar la eficacia de la observación. Un error bien entendido es el principio de la mejora, vaya por delante.

Por tanto la base de vuestros errores me lleva a revelaros ahora que yo no soy esa. Esa que veis es el resultado de los ojos con los que me miráis, y vuestros ojos me miran con un filtro de cualidades, virtudes, fortalezas, defectos, complejos y carencias. La composición que hacéis en base a lo visto produce unos juicios, unas  ideas y unas creencias condicionadas por, nada más y nada menos, que vosotros y vosotras. Verdaderas o no, fidedignas o no, reales o no. Cuando comunicáis lo que veis, además, os desnudáis ante mí. Y entonces, la retroalimentación. El proceso comienza.

Esa que veis, y que en ocasiones ni siquiera veis sino que intuís, imagináis o suponéis, es alguien que habéis creado. Una mezcla de realidad, fantasía y condicionamiento. Unas veces esa que queréis que sea, otras, esa que no pensabais que era. Pero siempre producto del espejo de vuestros ojos, la lectura de vuestra mirada.

Que no cunda el pánico. Lo mejor de todo esto es que tenéis la oportunidad de saber quién soy. De disipar dudas, de aclarar confusiones, de maravillaros, de decepcionaros, de sorprenderos. De desnudaros (más) bonito. Y que si esto es un toma y daca, y de desnudarse se trata, no quiero oír ni una queja: en lo que a mí respecta, os lo vengo poniendo fácil ya hace unos años… Invitándoos a Regaliz con título, música y letra.

Pronto más Regaliz para dos, amigos.