Lágrimas de Barcelona

Sonando: Barcelona (Freddie Mercury & Montserrat Caballé)

La mañana amaneció soleada. El calor y la humedad todavía podían soportarse, quizá el mejor momento del día para sobrevivir a la climatología propia de un enclave costero durante los meses de verano.

Lo mejor de amanecer un día soleado de verano es el olor que acompaña a la luz. Huele a felicidad, a bienestar. Huele al hogar confortable del que nunca querrías salir. A un montón de horas por delante en las cuales acometer miles de empresas, dar forma a múltiples ideas, atreverse con otras tantas. Huele a vida. A estar vivo.

Creo que esta historia se entiende mejor si con versos se explica.

La vida surgía aquella mañana de agosto, ajena a cualquier oscuridad que pudiera ensombrecerla, era el modo en que lo hacía. Tímida, despacio, casi de manera inocente. Poco a poco, para que cada minuto de esa mañana, fuera alimento del alma, que alimentara la vida.

El paso del tiempo hizo brillar más el sol, y la abrazó con su abrazo de fuego. Sintió pronto el calor y sonrió. Estaba tan bonita como siempre, y a la vez más bonita que ninguna, y lo sabía, y lo apreciaba, porque así se comentaba y se decía.

No sé si ha de haber noche para que exista el día. Si es necesario el negro por el blanco, la tristeza por la alegría. Odio que compense al amor, terror a la serenidad, ¿acaso es la dualidad, el gran sino de la vida?

Parecía imposible, pero no. Cando menos se le espera, que es siempre y es nunca porque, dualidades de la vida, esto es una más, una más en esa lista, surge, de las tinieblas, el demonio borracho de malicia. Lo inundó todo e hirió con sangre y muerte, y se hizo de noche y deslució aquel día.

Lloró la bella Barcelona, ultrajada, despreciada, malherida. Nacía el llanto en la plaza, bajaba la Rambla y por delante de Colón, en el mar se despedía.

Lloramos todos con ella, nuestra Barcelona bella, nuestra Barcelona querida. Limpiamos todos con lágrimas la vida derramada y la sangre allí vertida, y después nos frotamos los ojos porque ciegos no estamos y porque quisimos mirar hacia arriba.

Hoy amaneció de nuevo un nuevo día, tímido sol, pero mañana fría. «No tengo miedo», dijo alguien, y resonó fuerte en los oídos de todos nosotros, los que amamos la vida. Que el frío del terror se disuelva con el calor de nuestro abrazo y el compás de nuestra risa. Que no tengamos más que llorar, que de emoción y de alegría.

Pronto más regaliz para dos, amigos.

 

A las víctimas de los atentados de Barcelona y Cambrils, y a las de cualquier parte del mundo.

 

El día en el que Freddie Mercury me salvó

Sonando: Innuendo (Queen)

Que estaba yo perdida. Que no ausente, sino perdida.

No perdida de no estar, de no dar señales de vida (aunque también). Estaba yo perdida de cuando uno no se encuentra. De cuando viene una tormenta y entonces explota el cielo. Y cuando, en la inmensidad de la misma, piensas que no puede empeorar, pero lo hace. Y miras hacia arriba con más miedo que vergüenza, y lo de arriba te mira a ti desafiante, ceño fruncido, rostro muy negro. Que jamás vi diluviar así, romperse el todo y aparecer la nada, como aquel día.

Anduve tanto tiempo que ni sé cuándo ocurrió aquello. Solo la sensación de vagar sin rumbo hacia un horizonte continuamente inalcanzable. Y por más que me acercaba, más lejos lo veía.

Pero recuerdo estar tranquila. Dicen que así se está cuando se está en el ojo del huracán. Porque estar he estado, ¿eh? En todo momento, ocupando mi espacio vital. Que una cosa es estar presente y otra muy distinta es estar consciente, y yo he estado, presente.

Cuando se camina sin rumbo y sin destino la mente se impacienta. Somos tan simples que si no controlamos los principios y finales tendemos a bloquearnos. En primer lugar desarrollamos cierta inquietud, pero si se hace largo el sendero, la inquietud desaparece fulminada por la desesperación. A partir de ahí todo se mueve dentro de una espiral lúgubre que inexorablemente lleva a la (auto) destrucción. Que estamos programados para caminar con el hecho implícito de avanzar, pero, ¡ay! cuando el suelo que pisamos es una enorme cinta transportadora que gira, incesante, hacia el infinito.

En el transcurso del viaje no dejaba yo de hacerme preguntas. Sucede que en los momentos de estar a solas con uno mismo resulta casi imposible mantener el silencio, y como allí no había guion alguno, brotaban las preguntas, una tras otra, sin descanso, y yo no daba abasto para pensar en respuestas. Que, de nuevo, cuando no se le encuentra sentido, cuando no existe alfa y omega, la mente se satura y se bloquea. Y después de tanto tiempo a la deriva, sin obtener respuestas, uno ya no desespera sino que deja de sentir, de latir, de respirar. Y desciende, a no sé dónde, y se deja.

Y ahí es cuando se está perdido. Y ahí es cuando no existe noción del tiempo, y comienza a pasar la vida. La vida pasa, pasa por encima de ti, quiero decir. En lugar de tú sobre ella.

En la quietud de verse en esas, es fácil darse por vencido. Vamos, admitámoslo: si nos cuesta trabajo, valoramos la posibilidad de no hacerlo. También somos así de ruines. Capaces de tirar por la borda el peso de nuestra vida con tal de no emprender esfuerzos sobrehumanos que nos despierten de este tipo de letargos.

Total. Que en aquella tesitura de niebla espesa e infinidad absoluta, se ha abierto el cielo, de repente y no por casualidad, pues yo no creo en ella, y la voz más maravillosa que jamás escucharon mis oídos se me ha posado en el alma y nítidamente ha dicho:

You can be anything you want to be
Just turn yourself into anything you think that you could ever be
Be free with your tempo, be free, be free
Surrender your ego be free, be free to yourself

Y ya está, y no hay más, punto, final, finito. Que todo este embrollo era así de sencillo. Que me he tenido yo que perder para que Freddie Mercury osara salvarme. Y lo ha conseguido.

Pronto más Regaliz para dos, amigos.