Sonando: The Neverending Story (Limahl)
Como buena romántica que soy (si no entiendes el significado de «romántico» debes revisarlo aquí), de vez en cuando me gusta echar la vista atrás para recuperar ciertos elementos de mi pasado y, quizá, intentar revivirlos, o al menos experimentar esa sensación al respecto que persiste en mi memoria: una especie de retrospección placentera para espíritus decimonónicos como el mío.
He de decir que sé que odiáis la manera en que utilizo palabras inusuales, formas poco comunes del lenguaje y, en general, mi gramática y ortografía escrupolosas. No es mi culpa. Yo solo soy el monstruo en el que los protagonistas de uno de los episodios que más veces suelo rescatar de la inmensidad de mis recuerdos, me convirtieron. Los responsables de que hoy viva en mí el gusanillo de la lectura y la escritura son ellos. Os presento algunos de los libros que engendraron la filia literaria de quien suscribe, y os animo a que rebusquéis en vuestras conciencias y rescatéis los vuestros (en realidad les debemos más de lo que pensamos):
Los habitantes de Llano Lejano (Carlos Murciano)
Conejo Viejo, Gayo Malayo, Vaca Retaca y compañía, reunidos en torno al Roble Redoble para expresar lo infelices que son siendo quienes son y la envidia que les tienen al de enfrente. Un clásico. Siempre queremos lo que no tenemos, cuando no hay nada más enriquecedor y satisfactorio que ser uno mismo.
Cuando Tina berrea (Tilman Röhrig)
Lo tomé prestado en el colegio cuando cursaba segundo o tercero de Primaria. Entonces
teníamos una especie de sistema de préstamo de libros en el que los viernes podías escoger uno, y una vez terminado lo devolvías y lo cambiabas por otro. Uno de los más codiciados en mi clase era precisamente este: cuando lo conseguías eras el niño más afortunado del mundo y te aparecía una aureola celestial en la cabeza. Y además de ser especial por eso, ¡sus páginas olían a violetas! Una delicia, lo recuerdo perfectamente. Por aquella época nos hacían gracia las rabietas de Tina, incluso nos recordaban a las nuestras propias o a las de nuestros hermanos; sin embargo, detrás de todo aquello, relucen los celos, la envidia y los diferentes traumas que acarrea el desarrollo de roles entre hermanos bajo la correspondiente batuta de los padres. Releer estas cosas cuando tu cabeza va teniendo costra, es muy recomendable.
La bruja Mon (Pilar Mateos)
Otro best-seller en la biblioteca de mi colegio. Como estaréis empezando a notar, El Barco de Vapor ha hecho más por mi generación que los vasitos de flúor que nos daban los jueves por la tarde. En fin, a lo que vamos. La bruja Mon nos parecía una gamberra porque su frase fetiche era «¡Y un jamón!» (dijo la bruja Mon), y nos partíamos de risa. Qué inocencia tan bonita. Doña bruja Mon nos enseñó que el karma existe y que termina por golpearte duramente a medida que tú vas llenando el mundo de malas acciones. Los listillos de la vida reflejados en esta mujer con capirote y escoba, ahí quisiera verlos yo a todos convertidos en pez.
Macaco y Antón (Alfredo Gómez Cerdá)
Por este libro, en mi colegio, rodaban cabezas. En serio. Nunca había manera de hacerse con él ¡porque siempre estaba prestado! Con Macaco y Antón nos ilusionamos porque les vimos cumplir su sueño de ser maquinistas de tren, pero lo que no sabíamos es que gracias a la interacción de este par de amigos con su tirano jefe, también nos iniciamos en el desconocido mundo de la asertividad. Saber decir que no, tener habilidades para expresar nuestras opiniones o sentimientos sin que por ello alguien pueda verse perjudicado. Es algo que si no se trabaja desde la base difícilmente podrá practicarse con éxito en el futuro, pero una vez se domina… Entonces you’ve got the power, amigo.
Querida Susi, querido Paul (Christine Nöstlinger)
Mucho antes de que Whatsapp existiera, antes incluso de que el chat de IRC o Messenger pervirtieran nuestra inocencia comunicativa, los niños solíamos escribirnos cartas y postales para mantener el contacto con aquellos amigos o familiares que se encontraban
lejos de nosotros. No seré yo quien critique los beneficios de los actuales métodos de comunicación y las nuevas tecnologías, sin embargo, el cosquilleo que producía encontrar en el buzón un sobre dirigido a ti, es insuperable. ¿Y las cosas que nos decíamos en aquellas misivas? Asuntos trascendentales, como que en la playa te había picado una medusa, que estabas harto de los ronquidos de tu padre o que ardías en deseos de llegar al pueblo y jugar a polis y cacos. Susi y Paul son una oda a todo eso, a la máxima expresión de la pureza de ser niño, a pintarse corazones y transmitir un cariño limpio de prejuicios y maldades. Soy tan consciente de que una gran parte de mi vida fue así, que no sabéis qué felicidad y qué paz interior siento. Quienes tengáis el regalo y la responsabilidad de los hijos, hacedme un favor: permitidles ser niños en todo su esplendor, sin desestimar las cosas que a vosotros, de pequeños, os apasionaban, porque resulta que a veces, lo más sencillo, termina por ser lo más valioso.
El pirata Garrapata (Juan Muñoz Martín)
Reconozco que me regalaron este libro y no me hizo especial ilusión, quizá fuera porque el
título a priori me resultó poco atractivo (la apariencia sí importa, amigos). Finalmente decidí leerlo un día cualquiera de verano y entonces aprendí también que las apariencias engañan. Administre una buena dosis de El pirata Garrapata si quiere hacer volar su imaginación: ¡qué aventuras tan divertidas con estos rocambolescos personajes! Carafoca, Chaparrete, Floripondia… Unas ilustraciones geniales, además. Y como de apariencias va la cosa, Garrapata nos demostró lo propensos que somos a hipermaquillar la realidad para que los demás obtengan ciertas percepciones de nosotros, en lugar de invertir energías en potenciar y optimizar nuestra esencia, que por si no lo sabías, es lo que te hace auténtico e irrepetible.
Fray Perico y su borrico (Juan Muñoz Martín)
Sin duda, es digno de elogio el talento del escritor para la literatura infantil, no hay más que ver su prolífica obra. En esta ocasión, uno de sus buques insignia, Fray Perico, que dio
de sí para toda una saga (al igual que el colega Garrapata). Que una historia para niños esté protagonizada por frailes hoy podría catalogarse de sectáreo, anticuado, puritano o incluso los más avanzados se atreverían a conspirar acerca de un posible mensaje subliminal de la Iglesia, sin embargo, amigos, yo leí varios libros de Fray Perico y aquí estoy, con la mente despejada y con las puertas abiertas de par en par. De hecho, el recuerdo que tengo al respecto es el de haberme desternillado con las ocurrencias del buen Perico y sus compañeros de convento, quienes nos transmitieron la idea de que en primer lugar somos humanos, con nuestras virtudes y defectos, y que relativizar en la vida, es una práctica que está muy bien pero que nos debe dar alergia, porque pasamos el día preocupándonos (por absurdeces), la tarea más insulsa del mundo cuando se vive de brazos cruzados.
Los amiguetes del pequeño Nicolás (Sempé / Goscinny)
No os podéis imaginar el cariño que le guardo a Nicolás y su pandilla: Agnan, Clotario, Godofredo, Joaquín, Alcestes… ¡El vigilante a quien apodaban «El Caldo» porque cuando te miraba tenía «ojos de grasa»! Todos ellos entrañables, de nuevo desprendiendo esa inocencia de niño travieso pero con buen corazón que un día fuimos. El «universo Nicolás» dio para más de cinco libros e incluso una película, y recomiendo encarecidamente su lectura en formato papel para disfrutar mejor, si cabe, de las ilustraciones del gran Sempé. Si eres niño de la década de los 50, recordarás aquellos maravillosos años con una sonrisilla en la boca.
Charlie y la fábrica de chocolate (Roald Dahl)
Rozando un poco el eterno debate: ¿es mejor el libro, o la película? Yo soy de la opinión de
que, por lo general, donde esté el libro, se quite el séptimo arte, pero hay que reconocer el mérito de quienes se atreven a dar vida a un montón de páginas escritas. La historia de Charlie Bucket me fascinó mucho antes de que el gran Tim Burton «le metiera mano» y saltara mundialmente a la fama superando a la película que le precedió en el año 1971. Este libro también estuvo muy de moda entre los niños de mi clase (sí, amigos: los de los 40 Principales se inspiraron en mi clase para crear Del 40 al 1), recuerdo que varios de nosotros nos lo leímos a la vez y solíamos comentar «por dónde íbamos», es decir, cuántos de los niños que inicialmente consiguieron entrar en la visita a la fábrica de Willy Wonka, continuaban en la misma. Cabe destacar, en el relato, la delicadeza con la que transmite lo caprichosos que somos los niños (y no tan niños) a través del desarrollo del mismo. Tantos antojos, tanta «necesidad creada», tanto de «todo» y tan poco de lo que realmente suma… Problemas del primer mundo, ya se sabe.
La cazadora de Indiana Jones (Asun Balzola)
Desconozco si los niños de ahora conocen lo que es heredar la ropa de tus hermanos /
primos mayores. En mi casa, cada vez que alguna de mis tías venía con ropa de mis primas, montábamos todo un rito salvaje alrededor de aquellas bolsas repletas de prendas. Eso sí, aunque molaba que de repente tu armario tuviera mayor contenido, aquello era como una lotería y a veces te tocaban unas mierdas muy ricas, y si era así pues ya podías berrear todo lo que quisieras, que te lo ibas a poner igual y punto. Guasas aparte, a Christie, la protagonista adolescente de este libro, le tocó heredar de su hermana una cazadora terrible y pensó que era justo lo que le faltaba, si es que no tenía bastante con las burlas y humillación que soportaba en el colegio, a causa de sus problemas de peso. Hoy lo llamaríamos bullying, que nos encanta incorporar anglicismos a nuestro idioma porque no debe ser lo suficientemente rico, pero el acoso escolar tiene, por desgracia, amplia tradición en nuestra sociedad. De este libro, no obstante, lo mejor no es ese drama sino la manera que acaba adquiriendo Christie para manipular a sus acosadores, a raíz de llevar la tan odiada chaqueta de su hermana, así como la lectura final que ofrece, basada en la importancia de desarrollar unas sólidas habilidades sociales y de relacionarse con personas no tóxicas.
Melodía siniestra (R.L.Stine)
Con trece o catorce años, y tras no haber superado un trauma infantil con Freddy Krueger, me sentí preparada para abordar otro tipo de lecturas más allá de El Barco de Vapor. La
serie literaria Pesadillas, en la cual se encontraba Melodía siniestra, se hizo muy popular por aquella época y quien más quien menos se hacía con alguno de los ejemplares que formaba parte de la colección. Hasta mis manos y mis ojos llegó este en forma de regalo de cumpleaños, y me decidí a leerlo presa del morbo y la curiosidad de enfrentarme por primera vez a una lectura a priori misteriosa o de terror. Quizá no resulte memorable por su calidad estilística o narrativa, sin embargo, a mi cabeza pre adolescente le sirvió para comprender que también los libros pueden conseguir generar a quien los lee sensaciones de intriga, suspense y por qué no decirlo, miedo. Realmente algo muy especial que no sucede con el cine, por ejemplo: cuando experimentamos miedo viendo una película, es probable que algunos reaccionemos cerrando los ojos o desviando la mirada, pero la escena continuará inexorablemente, miremos o no. La magia de leer te «obliga» a atravesar cada instante de la historia, te enfrenta a ella, y quizá ser dueño de tus propios temores te sirva saber gestionarlos y, en definitiva, para conocerte mejor a ti mismo.
Como suele decirse, son todos los que están, pero no están todos los que son. Haciendo balance me doy cuenta de que realmente tuve una infancia muy marcada por los libros, si bien es cierto que durante mis años de niña (y no hace tantísimo de aquello) no vivíamos en una sociedad tan hiper tecnológica como la de ahora, ni había doscientos canales en la telévisión, ¡ni siquiera teníamos ordenador en casa!, con lo cual dedicábamos nuestro tiempo de juego u ocio a actividades entretenidas al alcance de nuestra mano (incluimos, por ejemplo, y aparte de la lectura, el laborioso oficio de cortarle el pelo a las muñecas hasta dejarlas calvas, esto también lo petaba, amigos, Eduardo Manostijeras era un aficionado a nuestro lado). En fin. He aquí un pedacito de mi esencia más pura, un pequeño granito de arena que ha derivado, tras un paulatino horneado, en lo que véis / leéis ahora. ¡Y a mucha honra, eh!
Por cierto, mirad qué he encontrado cuando buscaba imágenes de Freddy Krueger: esto sí que traumatiza.

Pronto más regaliz para dos, amigos.