Campanas al suelo

Sonando: November rain (Guns’n Roses)

Cásate conmigo,

me dijo de pronto, y sus palabras retumbaron en mis tímpanos como sonido catedralicio, y pareció entonces que el tiempo se detenía, que todo, salvo yo, permanecía inerte, y me vi atrapada en una burbuja, sumergida en un océano de quietud, petrificada, sin poder moverme.

Supongo que nunca se está preparado para esa clase de proposiciones, y supongo que prepararse para esa clase de proposiciones es una absurdez rotunda, así que, en consecuencia, no conocemos con exactitud cómo reaccionaremos en ese momento proyectado en la mente como inalcanzable tras una serie de mitos y leyendas engendradas por la sociedad, pero que finalmente sucedía, ahí estaba, delante de mis narices.

No recuerdo si dejé de respirar durante los segundos siguientes pero deduje que así era, dada la sensación de asfixia que comenzaba a experimentar. Vivir treinta años bajo la etérea sombra de la posibilidad del matrimonio es una tensión vital no resuelta que se esfuma de un plumazo cuando alguien pronuncia las palabras correctas, entonces todo depende de un sí de tu boca y de repente ese sí pesa una tonelada de vida, y sostener semejante carga produce fatiga, intriga y canguelo a partes iguales; y con esa responsabilidad adquirida me hallaba, perdida, en el estupor del momento.

Alcé la vista al cielo. Esperaba encontrar, flotando, mi alma con mi cuerpo, un campo de amapolas, mariposas, unicornios y jilgueros, pero solo figuraba, hercúleo, el sol, en todo su apogeo. Ni rastro de mis alas y ni rastro de mi vuelo, tan solo yo, mi confusión y mi silencio, y pensé en voz bajita: «¡tremenda pantomima, ya lo creo!»

Vaya, así que era esto. Tanto tiempo sobrevolando el fantasma del casamiento y por fin se aparecía, sin avisar, sigiloso, de la manera en que ellos saben hacerlo. Cuando hube asimilado por fin el caos resultante del fragor interno, me sorprendí a mí misma sin ser capaz de preverlo. Aquel fantasma se transformó y dejó de serlo, lo irreal se volvió de carne y hueso. Todo era terrenal, y si pisamos encima de la tierra, no es casualidad, así que de pronto dominé todo aquello; y yo, gigante, mirando desde arriba, no atisbé con mis ojos más que la planitud suelo. Comprendí que el fantasma no era eso sino miedo, miedo acechante que se vuelve inmenso en nuestros propios pensamientos, día tras día con miedo; y ahora ahí yacía, en la banalidad del cemento. Qué carente de sentido, vaya cosa detrás de un «sí, quiero»…

Pronto más regaliz para dos, amigos.