Sonando: J’ai deux amours (Madeleine Peyroux)
Ya sabéis que las cosas, en esta casa, siempre se han hecho como a mí me ha dado la gana, guste más o guste menos.
Primero quise escribir un post que despidiera el año. Sí, la típica perorata haciendo balance de 2016, refiriéndonos a esos logros conseguidos, a lo mucho que hemos madurado, a cuánto hemos aprendido de nuestros errores… Acompañado seguidamente, cómo no, de nuestras aspiraciones, que no propósitos, para 2017. Ya aviso que buscaré todo el tiempo sinónimos de «propósito» para evitar mencionar esta palabra que odio con la fuerza de los mares y el ímpetu del viento.
El caso es que al final fue que no. Ni resumen, ni perorata, ni nada de nada. Una vez más, sobrepasada por todo lo demás. Tsunami de realidad, de rutina, de compromisos y, por qué no decirlo, apatía. Demasiados pocos alicientes a los que dedicar el maravilloso arte de la escritura.
Comenzó 2017 y pensé en redactar algo así como un post de bienvenida. Quizá haciendo referencia, de soslayo, al año anterior, pero en este caso centrándome en los 365 días que estaban por venir. Proyectos, cambios, renovaciones por dentro y por fuera…. En fin, nada que no se os haya pasado a vosotros/as por la cabeza cada vez que llega un año nuevo.
Pues también fue que no.
Así que, un siglo mediante, ayer empezamos marzo. El mes que me verá cumplir 32 y dará el pistoletazo de salida a la primavera. Se supone que es época de florecer, de resurgir, de revivir, de volver a nacer, ¿no?
Pues como no he venido yo a este mundo para marchitarme, y además pienso mantenerme hambrienta mucho tiempo… Me he plantado, amigos.
Estamos de obras, oficialmente. He comenzado a reorganizarme la existencia y no sabéis de qué manera. No lo sabéis, entre otros motivos, porque lo estoy haciendo en voz baja. Sin hacer ruido, poco a poco, pasito a pasito. ¿Recordáis eso de «cambiar cosas para cambiar las cosas»? Pues ahí ando, aplicándome el cuento de una vez por todas.
Porque resulta que soy la persona más importante de mi vida.
Y tengo que quererme, y además demostrármelo. Así que, sencillamente, estoy construyendo mi mundo feliz. He dibujado un boceto e iré colocando ladrillos de aquello que me llene, que satisfaga mis inquietudes, que contribuya a mi desarrollo personal y que mejore mi calidad como ser humano. Quiero tener una base sólida, ya que sin ella no hay construcción que se sostenga. Por eso trato de observar más que nunca, pensar más que nunca y cuidar más que nunca el diálogo interior, ese que mantenemos con nosotros mismos y que apunta directamente a nuestra autoestima.
Quiero asegurarme de que tengo claro qué o quién entra en mi vida y qué o quién se queda en mi vida.
Y quiero que esta construcción de mí misma no tenga asignada fecha de conclusión, sino ser capaz de elevar niveles a buen ritmo y afianzando los anteriores. Quizá haya un día en el que tenga que colocar el pináculo de la torre y pueda divisar desde allí la inmensa grandiosidad de París.
Y es por eso que hoy, con el año ya en marcha y con los andamios puestos, me salto los convencionalismos y descorcho una botella que nos vamos a beber juntos. Este año os invito a que os atreváis en lugar de a que os propongáis. Que los propósitos son cosa de papel y boli pero en el atrevimiento hay coraje y alma.
Y si merece la pena como para tener coraje y dejarse el alma, entonces sí, merecerá la pena. Feliz 2017.
Pronto más regaliz para dos, amigos.